martes, 19 de abril de 2011

Paradigma indiciario - Textos de los alumnos

Aplausos a “Belgrano”
 Walter Sogos
Parece que el tipo se muere, nomás. Y digo parece porque, convengamos que, para creerle a Rago una agonía hay que aportar al menos cierta dosis de buena voluntad. Parece porque el director genera el clima y la escena: el tipo lejos de sus mujeres, lejos de sus hijos, lejos de sus hombres. El médico y amigo lo llora a los pies de la cama; acercándole un paquete que adivino, como seguramente otros lo estarán haciendo, lleva dentro la bandera izada a orillas del Paraná. (¿es un paquete o es la propia bandera cuidadosamente doblada? No logro determinarlo).
Una transición nos transporta a un pasado cercano en el que el tipo se ve soberbio y altivo (en el sentido positivo de las palabras). El amigo está igual. En el fondo de la escena se ve un río que adivino, y si acierto esta doy por descontada la primera adivinación, es el Paraná. Luego el lecho de muerte. Otra vez el Paraná. Más del presente. Más del pasado, y así...
El drama del tipo y la gloria del prócer se comienzan a confundir en la tela. El decrépito cuerpo, el izamiento de la insignia patria. Se atisba un aplauso, pero al no encontrar eco se apaga. Un segundo corre con la misma suerte. Pero el tercero es un aplauso pleno que se esparce por todo el gimnasio que hace las veces de sala. La película aún corre.
No soy tan viejo ni tan pacato, pero hay cosas que eran de un modo y ya no son, y no logro entender el porqué. Una de ellas es el aplauso al final de las películas. Evidentemente no se trata sólo de un reconocimiento a sus creadores ausentes sino además una suerte de convención con el entorno: me gustó. No me gusta el aplauso al final de las películas. Sin embargo, esta vez aplaudo. Y aplaudo porque siento que no es el aplauso del final de las películas. Aplaudo porque me embarga la misma sensación que me llenó en los festejos del bicentenario en la 9 de Julio, y en Plaza de Mayo el 10 de diciembre pasado: aplauso de celebración y compromiso.
La película carretea unos minutos más y concluye. Aplausos. Disculpen pero en estos no me anoto...




Texto de Daniela Florentin
“Si la realidad es impenetrable, existen zonas privilegiadas (pruebas, indicios) que permiten descifrarla”. Carlo Ginzburg

Era un viernes muy frío y se hacía notar.
Llegué justo a tiempo con una compañera,  estábamos cargadas de mate y galletitas. Había un señor que estaba en la entrada del gimnasio encargado de dar la bienvenida y se ocupaba además, de ubicar a las personas. Con él, también estaban  unos niños que entregaban volantes.
Al entrar al gimnasio de la Universidad, espacio en que se dio cita para la proyección, me sorprendí mucho cuando observé el lugar repleto de gente, lleno de sillas blancas y todos sentados, esperando expectantes el inicio de la película. Quizás serían entre 200 y 300 personas, no lo sé bien.
Lo que verdaderamente no dejaba de sorprenderme, era la cantidad de público presente, jamás imaginé que tanto, además de pensar que la mayoría de los espectadores eran personas relacionadas con el ámbito de la facultad, pero me llevé una sorpresa al darme cuenta que no. Pues si bien, no me ocupé de hacer una encuesta para saber de donde provenía la gente, me pude dar cuenta que eran muchos vecinos de la Unqui o personas que provenían de otros lados. Había mucha gente adulta, en su mayoría entre los 40 y 60 años y demasiados niños, creía también que quizás provenían de colegios, dado que se visualizaban muchos grupos de estas características.
Sentada ya en mi silla, observaba como la gente guardaba silencio, se escuchaban muy pocas voces, solo la de los bebés llorando. Esto demostraba el grado de respeto que habitaba en aquel espacio.
Llegó el momento del Himno Nacional Argentino, todos se pararon inmediatamente al escuchar los primeros acordes que hizo Fito Paez (claro que no en vivo y en directo, sino que a través de la pantalla). Las personas cantaban con gran entusiasmo y fuerte entonación. En la frase: “OH JUREMOS CON GLORIA MORIR”, advertía en un sector como un hombres alentaban con sus manos hacia arriba, como si fuera un partido de fútbol, pues se vivía así este momento, como una fiesta, en el que el nacionalismo o patriotismo sale de las entrañas, es sangre caliente que recorre el cuerpo, orgullo puro.
De la misma forma se vivió la película, con mucha concentración, silencio absoluto, salvo en pasajes de la trama en que había momentos graciosos o irónicos, entonces la gente se reía a viva voz.
No había algún gesto en particular, ni un rostro que fuera distinto al otro, dado que todos,  sin diferenciar género sexual, edad, condición social, etc, miraban la película de la misma forma, sentados, concentrados, sin mover una pestaña siquiera… pero sobre todo me quedo con éste concepto que utilicé: concentrados.
Llegado el fin de la película, momento en que Belgrano iza la bandera nacional se produce otra vez un estruendoso aplauso que pareciera interminable. La cinta terminó de rodar y la gente se levantaba de sus asientos y de forma tranquila marchaban hacia la salida, no solo del gimnasio, sino de la Universidad que los acogió amablemente por 2 horas.
Estas huellas, pistas, vestigios o como quieran llamarse son detalles que noté y percibí no en características más evidentes, sino atendiendo a particulares que quizás muchas personas no se fijan, pues los detalles menos trascendentes o imperceptibles  también nos dicen cosas.
Como sostiene Freud (citado en “Indicios”): “Las interpretaciones secundarias, menos relevantes proporcionan la clave para tener acceso a las más elevadas realizaciones del espíritu humano”.
Quizás para eso estamos los comunicadores, para ver cosas que otros no ven, pero vale la aclaración: tales indicios no pertenecen a un conocimiento superior, sino a una práctica del sentido común. 


Texto de Sabrina Kranjac


¿Por qué el sentimiento de patriotismo se despierta únicamente en determinados momentos? La mayor parte del tiempo, lo que se escucha tanto en el bondi, como en la vereda o en la casa del vecino, son frases que comienzan con “este país”. “Este”, cuando en realidad es “nuestro”. La gente se aparta, se separa, se distancia del lugar en el que vive y no lo valora como propio, cuando en realidad eso es lo que es. Recordamos que somos argentinos sólo durante algunos festejos, algún mundial de futbol, o la proyección de alguna película, como la de Belgrano en este caso, y nos emancipamos de la idea el resto del año.
Los aplausos, las sonrisas, el himno entonado al tope de la voz, son aspectos que genuinamente me sorprendieron el pasado viernes cuando, en el gimnasio de la universidad se congregó un enorme número de niños, adolescentes, adultos y ancianos para  presenciar el filme apoyado por el Ministerio de Educación.
Desde mi silla al fondo del salón, pude observar como, a partir del primer “¡Viva la Patria!” que se escuchó en la película, la actitud de la audiencia cambió. Y esa actitud fue cambiando hasta el punto de mostrarse eufórica cuando, al fin, se izó la bandera.
Fue una sorpresa, sí, pero ahora que lo pienso no fue una agradable. El sentimiento de unión y de identificación con el celeste y blanco no debería asombrarme, sino que debería resultar totalmente esperable.
Creo firmemente que esa sensación plasmada en cada una de las expresiones de los espectadores el pasado viernes, debe ser la que nos acompañe en todo momento. No debemos olvidar que ese celeste y blanco que tanto aplaudimos, somos todos, todos los días, todos los años.
¡Viva la Patria! Sí, pero que viva siempre. 

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